El merengue era una danza festiva, para divertirse,
por lo que se extendió rápidamente entre las fiestas del pueblo, lo
que determinó que se fuera venciendo su rechazo inicial . En 1875
Ulises
Espaillat inició una campaña contra este baile que fracasó
estrepitosamente, pues éste ya había cautivado a toda la región de
Cibao, considerada
hoy cuna del merengue. A principios del siglo
XX, músicos cultos y muy populares como Juan Espínola y Julio
Alberto Hernández apoyaron la difusión del merengue en los
salones de baile.
Su éxito no fue inmediato ya que a pesar de que establecieron la
forma musical del merengue, no pudieron conseguir que el merengue
penetrara en la alta sociedad como una creación del pueblo
dominicano. Pero a partir de 1930,
el merengue logró difundirse en zonas donde antes era desconocido,
en parte gracias al surgimiento de la radio y al gusto del dictador
Rafael
Leónidas Trujillo por esa forma de baile. A pesar de esto, la
alta sociedad dominicana siguió sin aceptarlo hasta que una familia
de buena posición solicitó al músico Luis Alberti que compusiera
un merengue de letra decente para amenizar una de sus fiestas. A
partir de entonces, se diseminó muy rápidamente por todo el país.
Como fueron músicos cultos los que fijaron la forma musical del
nuevo merengue, los músicos populares trataron de imitar y seguir
este modelo mientras que el hombre de campo continuó tocando el
merengue en su forma original. Esto dio origen a dos formas de
merengue: el merengue folclórico o típico, que aún se encuentra en
los campos, y el merengue de salón, propio de los centros urbanos.
De esta manera, desplazó a algunos otros bailes típicos como la
tumba, que requería gran esfuerzo físico y mental, mientras que la
coreografía del merengue, en la que el hombre y la mujer no se
sueltan nunca era bastante simple, aunque poco a poco fueron
desarrollándose diversas figuras para este baile de salón.